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“¿por qué durar es mejor que arder?” (R. Barthes) cybergubasa@yahoo.com

viernes, octubre 22, 2004

Palabras de Hombre

El Hombre que vive solo ha decidido no volver a pisar barro, quiere ver a su alrededor gente linda, sin preocupaciones, bronceada y feliz. Quiere confundirse con ellos, olvidar quién es y convertirse en los otros, vivir otra vida. Pero no puede.

Como tampoco puede pedir ayuda, cariño, ni nada. Se subió a una escalera de distancia, producto de años de soledad y desencanto y ahí se quedó muy a gusto. Vivió lo más parecido a una historia de amor con una mujer que no era la suya, es decir, que jamás pensó en serlo; habló de sus “corazas” sin nombrarlas, y como es común en estos casos se expuso a todo con la convicción de que lo único posible era el final feliz.

Estaban jugando a ser enamorados, pero él dejó de jugar y se enamoró, prometió todo aquello que no tendrá jamás, un hogar, hijos, una vida regalada; apeló a los más increíbles recursos: la culpa, la reacción, la violencia, el desprecio. Proclamó a los cuatro vientos sus rencores más profundos dándoles la forma de sentencias absolutas e irrevocables y después se tuvo que disculpar.

Hasta que un día decidió cambiar de juego, de aquí en más sería él quien dictara las reglas.

La primera: todo lo que se dijo en el pasado fue producto de el estado de desamparo afectivo en el que se encontraba sumergido que, afortunadamente, hoy está más que superado.

La segunda: no volvería a exponerse jamás, esperaría pacientemente a que el otro lo haga y en ese momento resolvería la forma de actuar; aceptaría civilizadamente recomponer una vieja amistad que jamás lo fué, pues esta es una de las condiciones fundamentales para que el juego se desarrolle sin contratiempos; y esperaría, ante todo esperaría pacientemente a que sean los otros los que necesiten de él, esperaría sonriendo cálidamente a que se expongan, se mostraría interesado e inclusive preocupado por todo aquello que haga a la vida de sus compañeros en este divertimento.

La Mujer por su parte disfrutaba de la sensación de vivir con el hombre perfecto a su disposición.

Por otro lado estaba El Marido que había perdido ese don de la aventura que tanto la había seducido pero que, por otra parte, era el hombre que sus entrañas reclamaban, ya que no era capaz de concebir la vida sin él.

El Hombre, nuestro Hombre, era el que alimentaba todas las fantasías de su piel, no era el hijo de sus entrañas, era el alimento de su espíritu, la sed de su sexo y el interlocutor válido de su intelecto. Por supuesto todo esto en el plano de la suposición, pues nada es más excitante que la fantasía alimentada por una prosa florida, con poca piel y muchas situaciones equívocas.

Bajar todo esto al plano de lo real implicaba exponerse de cuerpo entero a la desilusión, era desnudarse, correr el riesgo de que el atractivo del fantasma se perdiera por algo tan prosaico como el aliento, el mal humor de las mañanas y un sexo regular.

La situación se mantuvo por un tiempo, ella puso sus condiciones sobre la mesa, si se esperaba un cambio, que a su vez implicara una ruptura se deberían garantizar una serie de “clausulas” que hacían a la “calidad de vida”, que por supuesto, El Hombre no estaba en condiciones de cumplir.

Hasta aquí todo marchaba sobre ruedas. El Hombre ya era el hombre que su piel y su sexo reclamaban, pero era imposible revertir el hecho de que a la hora de elegir pesaría mucho más el hijo de sus entrañas.

Una ante todo es una madre. Excusa sólida por donde se la vea.

Pero como no todos sentimos igual, ni somos predominantemente madres, el Hombre decidió que esta causa, no era una causa perdida.

Cuando todo gira en torno de aquello de lo que no se habla, se plantea un escenario donde el Hombre que no queria volver a pisar el barro es un maestro de la ubicación, sabiamente espera…

2 Comments:

At 3:46 p. m., Blogger •MoonPink• said...

Eso de regresa a su sexo me gusto ;), saludos..

 
At 10:25 a. m., Anonymous Anónimo said...

quiero más.
daniel

 

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